Por Susana Sierra, CEO de BH Compliance

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La pandemia de Covid-19 cambió el mundo, alterando nuestros hábitos y nuestro funcionamiento en la sociedad. La mayoría de nosotros fue testigo o experimentó cómo el lugar de trabajo se convirtió en una de las áreas más afectadas durante la pandemia. Fue durante este tiempo cuando la mayoría de las empresas no esenciales de todo el mundo adoptaron el trabajo a distancia como forma de seguir operando en medio de la crisis.

Hoy en día, cuando la pandemia está remitiendo, muchas empresas han decidido seguir trabajando a distancia o implementar un sistema híbrido que intercala el trabajo desde casa y en el lugar de trabajo, estableciendo nuevas reglas que traen consigo nuevos retos.

La correcta implementación del cumplimiento de las normas es especialmente relevante en este contexto. Sobre todo si tenemos en cuenta los nuevos retos, como la relajación de las restricciones, la mayor autonomía que han adquirido los empleados, la disminución general de la supervisión por parte de la dirección y el reciente auge tecnológico. Como persona que trabaja en el ámbito del cumplimiento normativo, veo cómo ahora más que nunca es esencial reorientar la cultura corporativa para promover un comportamiento ético que trascienda las paredes de una oficina.

Un sólido programa de compliance es un sistema de gestión que busca beneficiar a la empresa, centrándose en la prevención de delitos como el soborno o el blanqueo de dinero, alertando a la dirección de los riesgos a los que están expuestos y garantizando el cumplimiento de la legislación local e internacional. Este programa tiene como objetivo permitir a las empresas eximirse de la responsabilidad penal en caso de que la empresa se vea involucrada en un acto de corrupción llevado a cabo por ejecutivos y/o empleados que tienen su propia agenda o que buscan una forma fácil de obtener dinero.

Sin embargo, muchas empresas no han podido eximirse de esta responsabilidad, ya que los programas de compliance por sí solos no evitan que se produzcan delitos ni garantizan la inocencia de la empresa, incluso si fue un solo empleado el que cometió un acto ilegal.

Por ello, las empresas deben asegurarse de que sus empleados interiorizan las buenas prácticas, más allá de memorizar el manual de cumplimiento, y cambiar su comportamiento para que esté alineado con los valores y la cultura de la empresa. Esto se puede conseguir precisamente centrándose en el comportamiento ético de cada miembro del ecosistema de la organización, lo que incluye a los altos ejecutivos y a los miembros del directorio. Debemos tener en cuenta que cada individuo es un ser complejo que vive una realidad diferente, tiene sesgos y es susceptible de tomar malas decisiones bajo determinados escenarios y presiones.

Dados los complejos tiempos que estamos viviendo como consecuencia de la pandemia (y ahora también de la guerra en Europa), es imperativo que las empresas refuercen la práctica del Behavioral Compliance, que busca arraigar profundamente la ética y la integridad en la cultura corporativa. El objetivo es anticiparse a las conductas poco éticas en la empresa y detectar las circunstancias en las que pueden producirse. Por lo tanto, la perspectiva del compliance cambia de ser reactiva y normativa a predictiva y preventiva, en función del comportamiento de cada miembro de la organización.

Por mucho que lo neguemos, todos somos corruptibles, especialmente en las regiones donde el soborno para obtener favores forma parte de la cultura. En determinadas condiciones, la mayoría de las personas pueden caer en comportamientos poco éticos, aunque normalmente puedan parecer extraños y difíciles de imaginar. Es la influencia de nuestros prejuicios cognitivos la que determina nuestro comportamiento subconsciente.

Por ejemplo, un ejecutivo bien valorado, que cuenta con la plena confianza de su superior y que ha ascendido en la empresa gracias a su buen rendimiento, puede seguir siendo susceptible de incurrir en malas prácticas. Esto no se debe necesariamente a que sea una mala persona, sino que el hecho de estar expuesto a una serie de factores, como la presión para alcanzar objetivos específicos y los incentivos equivocados, puede llevarle a minimizar algunos hechos inconvenientes y a autojustificar sus acciones cuestionables.

Así pues, el objetivo del cumplimiento conductual es que las empresas sean capaces de prevenir, detectar y reaccionar con antelación ante estos puntos ciegos que pueden hacer fracasar los programas de cumplimiento.

Por esta razón, los responsables y departamentos de compliance deben centrarse en plantear dilemas éticos a los trabajadores para averiguar cuáles son sus prejuicios y cómo reaccionarían ante hechos hipotéticos pero, por desgracia, factibles. Es importante que no pretendan obtener respuestas en blanco o negro, buenas o malas, sino que se centren en las zonas grises, donde las decisiones se vuelven complejas y pesan una serie de factores biológicos, psicológicos y sociales.

En esta misma línea, el Departamento de Justicia de Estados Unidos (DOJ) ha anunciado recientemente nuevas normas, que destacan por destinar más recursos a la evaluación de las políticas de cumplimiento de las empresas, con lo que se potencia el valor del cumplimiento real y se anima a las empresas a demostrar que hacen todo lo que está en su mano para evitar la corrupción con las pruebas que lo demuestran.

Asimismo, la Fiscal General Adjunta del Departamento de Justicia, Lisa Monaco, destacó que la eficacia del cumplimiento no se garantiza con la mera dotación de más recursos o controles más estrictos, sino que requiere la instalación de una cultura corporativa que refleje los valores de la empresa y consiga disuadir las malas prácticas.

Destacan en este sentido los sistemas de compensación e incentivos, que premian el buen comportamiento y disuaden las conductas indebidas o de riesgo. En ese contexto, dijo que el Departamento de Justicia está desarrollando nuevas directrices para recompensar a las empresas con acuerdos de compensación, que ayudarán a las empresas a evitar la responsabilidad penal y redirigir las sanciones financieras a los responsables directos. Además, señaló que se prestará atención a los antecedentes de la empresa en materia de conducta indebida, así como a las consideraciones hacia quienes presenten denuncias voluntarias o autoinformes.

Como vemos, un programa de cumplimiento no asegura el éxito en la prevención si no cubre los sesgos cognitivos y el comportamiento humano. No olvidemos que las empresas están formadas por personas y que actuar éticamente o anticiparse a determinadas decisiones puede ser la clave de la eficacia de la prevención. Por ello, la evolución permanente del compliance es imprescindible para adaptarse a la realidad cambiante en la que vivimos.

Fuente: Forbes

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