A dos años del inicio de la pandemia, podemos asegurar que el mundo no es el mismo que conocíamos. Nos hemos debido adaptar a una nueva realidad, dejando de lado muchos de nuestros hábitos y cambiando nuestra forma de desenvolvernos en sociedad.

La pandemia es un ejemplo claro de que los cambios son una constante, algunos más drásticos que otros, y que, para enfrentarlos no es suficiente mostrar resiliencia, sino que se requiere contar con líderes conscientes, capaces de guiar el camino de manera ágil, comprometida, empática, inspirando confianza y con una visión de largo plazo.

Es justamente en esos momentos excepcionales de cambio, cuando se pone a prueba la autenticidad y congruencia de nuestros líderes, y que podemos constatar si están a la altura de las circunstancias. ¡Y vaya que nos hemos llevado unas cuantas sorpresas!
No han sido pocos los líderes mundiales cuyo liderazgo y gestión durante la pandemia ha sido cuestionado, poniendo en entredicho su rectitud moral.

En México, el Presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) sostuvo su acostumbrada “Mañanera” (reunión diaria con los medios), en Palacio Nacional, sin mascarilla, a pesar de mostrar algunos síntomas, e informando horas más tarde a la población,  que su prueba de COVID  era positiva. Esta situación contrastaba de manera significativa, con las instrucciones que su gobierno había dado a la población de (i) usar la mascarilla para no exponer a otros; (ii) en caso de presentar síntomas, asumir que se estaba contagiado y quedarse en casa; y (iii) no realizarse prueba COVID en esos casos.

Y qué decir de Boris Johnson, el Primer Ministro británico, que hoy se encuentra bajo el escrutinio público al admitir ante el Parlamento su presencia en una fiesta realizada en mayo de 2020, en Downing Street, en unos de los momentos más duros de la pandemia. La polémica confesión fue el preámbulo de un nuevo escándalo, cuando se supo de otras dos fiestas realizadas en abril pasado. Es decir, mientras el Reino Unido sufría los embates de la pandemia, el Primer Ministro asistía con total descaro a fiestas, en franca violación a las reglas de aislamiento impuestas y exigidas al resto de la población.

Estos dos ejemplos nos proporcionan invaluables recordatorios para quienes operamos en el mundo empresarial, en momentos en que nuestro liderazgo también puede estar siendo cuestionado, aún sin nosotros percibirlo.
Un ejemplo que posiblemente algunos de ustedes atestiguaron, nos lo dieron aquellos líderes que –aún en los peores momentos de la pandemia– ordenaron el regreso de los empleados a la oficina (algunas veces sin las debidas medidas de prevención), mientras  ellos seguían trabajando remoto. Otro ejemplo más actual son las reuniones de trabajo donde los presentes usan mascarilla a excepción de las personas de mayor rango. Estas prácticas, por absurdas e irracionales que parezcan, suceden frecuentemente, como si el nivel o cargo eximiera del cumplimiento de las normas internas o les brindara un escudo de protección frente al virus.

El problema de estas prácticas no es solo la conducta en sí, ni la imposición de medidas correctivas o sanciones disciplinarias. En nuestra opinión, el efecto más dañino que producen estas prácticas tiene que ver con el mensaje no escrito que se manda al resto del grupo: falta de equidad, compañerismo, solidaridad y empatía, y el consecuente daño en la gestión y retención del talento.

No olvidemos que un líder debe ser un ‘role model’ para el resto y, en ese sentido, tiene la enorme responsabilidad de procurar que sus comportamientos estén alineados en todo momento con las reglas definidas, pero sobre todo, con los valores que sirven de cimiento al propósito empresarial. Un líder que se comporta de manera incongruente con las reglas y valores de la empresa, debilita significativamente el tejido cultural de la organización, crea un ambiente de desconfianza y genera resentimiento y frustración.

Todo esto nos permite reiterar la importancia del liderazgo ético y consciente, en especial, en momentos de crisis. No necesitamos líderes excéntricos, sino responsables y éticos, congruentes con lo que profesan, y que demuestren con su ejemplo que nadie está por encima del otro, y que las formas importan tanto como el fondo. ¡Un líder debe ser y parecer!

No olvidemos que todos somos agentes de cambio. Por eso, no podemos ser meros observadores de malas prácticas y callarlas. Dejemos de ser cómplices pasivos de nuestro entorno y seamos protagonistas del futuro. Todos  podemos o somos líderes en algún ámbito de nuestras vidas. Tomémoslo en serio.

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