Cuando las cosas no nos sorprenden es porque estamos acostumbrados a verlas, porque se transformaron en cotidianas y vemos con normalidad hechos que debiéramos condenar.

Por el contrario, si alguien hace las cosas de manera correcta, bajo estándares mínimos de probidad y buenas prácticas, nos parece increíble, los felicitamos y los elevamos al nivel de superhéroes. Pero, ¡hasta cuándo vamos a aceptarlo! Nadie es héroe o heroína por hacer las cosas bien y debemos poner punto final a la aceptación de hechos inaceptables como el soborno, el conflicto de interés, clientelismo, cuoteo o el pituto como parte de nuestra cultura.

Ante esto, es poco lo que pueden hacer las leyes, y más bien está en la misma sociedad la respuesta. Ya lo decía la antropóloga social Larissa Adler-Lomnitz en su estudio «Reciprocidad y favores en la clase media chilena», donde explicó que este sector se caracteriza por el compadrazgo, donde prima un sistema de reciprocidad a través del intercambio continuo de favores dentro del marco de amistad y parentesco, los que son burocráticos y generalmente con un trato preferencial respecto a otras personas.

¡Cómo negarlo! En Chile hemos aceptado que las cosas funcionan así, y que para muchos, siempre que se pueda, es más fácil echar mano a algún “contacto” para lograr algún favor.

Hay que tener claro que todos somos corrompibles y susceptibles de flaquear ante una sabrosa oferta, especialmente cuando el contexto lo amerita. Y debemos entender que los corruptos son personas normales que están entre nosotros, y que justamente ven ciertos actos irregulares con normalidad y no con maldad, generalmente porque no se dan cuenta de que tienen el poder para cambiar el destino, y se acomodan al statu quo del logro fácil.

Cada uno de nosotros es responsable de sus actos y, por lo mismo, debemos dejar de escudarnos en culpas colectivas, y avanzar hacia la condena, la exigencia de rendición de cuentas y dejar de tratar a los corruptos como si no hubieran hecho nada por el simple hecho de conocerlos o ser amigos.

Cuando callamos actos ilícitos de los cuáles hemos sido testigos, o defendemos a quienes los cometieron, somos cómplices de la corrupción y, por lo tanto el camino para erradicarla es cada vez más difícil.

América Latina se caracteriza por avalar la corrupción y bajo el lente del mundo es una zona donde hacer negocios “sucios” es relativamente fácil, y peor aún, donde en muchos países sobornar a una autoridad es una práctica habitual, lo que termina confundiendo quien ostenta la situación de superioridad, el sobornador o el sobornado. Y, si bien en Chile la corrupción estaba escondida bajo la alfombra, al menos ya somos conscientes de que está entre nosotros, el tema es qué estamos haciendo más allá de pedir sanciones.

Un factor importante juega la confianza y cómo esta se ha desvanecido gracias a la corrupción y la falta de sintonía de las autoridades e instituciones con sus ciudadanos de a pie. La reciente versión de la encuesta Edelman Trust Barometer 2022 que mide anualmente la confianza y credibilidad en 28 países, reveló que el mundo está atrapado en un círculo vicioso de desconfianza. Por lo mismo, las acciones orientadas a enfrentar este problema, no están dando resultados, lo que es, además, alimentado por una creciente falta de fe en los medios de comunicación y los gobiernos, que a través de la desinformación y la división, están alimentando el ciclo y explotándolo para obtener ganancias comerciales y políticas. De hecho, casi uno de cada dos encuestados ven al gobierno y los medios como fuerzas divisorias en la sociedad. Entonces los desafíos son diversos pero todos se orientan a la recuperación de la confianza y con ello a detener el círculo vicioso que da paso a la corrupción y que está debilitando nuestras democracias.

Si usted no ha caído en las garras de la corrupción, seguramente duerme tranquilo. El gran problema en esta cultura de avalar ciertas malas prácticas —porque las asumimos como normales—, hace que los corruptos también tengan dulces sueños. ¿Seremos capaces de poner atajo a esta “normalidad”?

Fuente: La Tercera

Por: Susana Sierra

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