Lo único positivo de casos como Lava Jato o el de Los cuellos blanco del Puerto, banda criminal que presuntamente integraban altos funcionarios del Poder Judicial, es que ha obligado a las autoridades peruanas a incrementar el sentido de urgencia en la lucha anti corrupción.
En el presente año ha habido diversas iniciativas en ese sentido: entró en vigencia la ley de responsabilidad administrativa, se lanzó un Plan Nacional de Integridad y Lucha Anticorrupción, y recientemente se ha penalizado la corrupción entre privados, siendo el Perú el primer país de la región que la castiga.
Ello no solo representa retos para el sector público sino también para el privado. Las iniciativas antes citadas generan a las empresas incentivos para el establecimiento de sistemas de compliance. Estas pueden ser una herramienta que garantice la integridad de las compañías, pero también, si no son ejecutadas o supervisadas diligentemente, pueden convertirse en letra muerta, en un documento inútil elaborado para cumplir una norma.
En ese sentido, el reto mayor es generar una cultura de cumplimiento. Y ello difícilmente se logrará confirmando los planes de compliance a un departamento de la empresa. Menos aún, cuando la realidad exige resultados y, erróneamente, disfraza de pragmatismo el relajamiento de los códigos éticos establecidos.
Por ello, es imprescindible que las empresas incorporen metas e integridad dentro de la evaluación de sus resultados, tarea que compete al directorio y a la plana gerencial. Ello, en el largo plazo, les permitirá generar las mejores condiciones para operar y sobre todo reducir las posibilidades de que le impongan multas o sanciones que puedan perjudicar económicamente a las compañías o incluso propiciar su quiebra.
Casos como los de Volkswagen, que ahora tiene que pagar miles de millones de dólares por mentir en las evaluaciones de diésel de sus autos, o los duros problemas financieros que han tenido las empresas del sector construcción a raíz de su participación en el caso Lava Jato, dan cuenta de la importancia de ubicar a la forma en que se logran los objetivos a la misma altura que estos últimos. Y en este caso, aunque parezca una paradoja, la forma importará mucho más que el fondo.
Por Susana Sierra
Fuente: Diario Gestión, Perú