Una buena reputación puede tardar años en construirse, y tan solo segundos en ser destruida. Bajo esta premisa, quisiera relevar lo importante que es para las empresas resguardar ese capital ganado y no conformarse con esfuerzos mínimos para mantenerlo.

Lo primero que debemos entender, es que las organizaciones no son máquinas programadas para llevar a cabo un determinado mandato, sino que son ecosistemas formados por personas, cada una con instintos y comportamientos diferentes, e influenciados por sus propias historias y entornos en que se desenvuelven.

En este contexto, cobra relevancia la implementación de una cultura de integridad bajo liderazgos éticos que guíen el actuar de quienes la conforman y que prevenga riesgos de corrupción, preservando o incrementando tanto la reputación como la salud del negocio.

El tema debe tomarse con la seriedad que amerita los tiempos -especialmente complejos que vivimos-, porque contar con un programa de compliance y políticas internas de prevención, no son una señal de éxito si no existe un verdadero control y, sobre todo, una real convicción, de que invertir en este ítem no es un gasto, sino que una inversión.

Muchas empresas se ven envueltas en casos de corrupción porque pensaron que el solo hecho de contar con un programa de compliance sería suficiente para evitar malas prácticas, o porque implementaron políticas estándar sin adecuarlas a su propio negocio o industria, chocando la expectativa de cumplimiento con la realidad.

Algunos de los mayores riesgos en los que se ven envueltas las organizaciones en materia de cumplimiento (o de incumplimiento) pasa por tener controles ineficientes, minimizar los riesgos, tener poco interés en fomentar una cultura de integridad, guiarse por incentivos u objetivos mal alineados, y sobre todo, porque las empresas creen que lo están haciendo bien.

Muchas de las herramientas de prevención que se implementan no son potenciadas, pues existe la errónea idea de que contar con ellas permite tener el control per sé. Un ejemplo, lo vemos en los canales de denuncia, a través de los cuáles “se invita” a denunciar hechos irregulares, pero que a la hora de la verdad no reciben denuncias, y no porque no ocurran irregularidades, sino porque no hay un buen liderazgo o un compromiso por promover la denuncia, ni por proteger la identidad del alertador, primando el temor a represalias y la poca confianza de que se persiga realmente el hecho.

Incluso, según el Reporte Global de Integridad 2020 de EY, el 35% de los encuestados cree que el comportamiento poco ético en su organización se tolera con frecuencia cuando los implicados son altos cargos.

Otro ejemplo de por qué fallan los controles, lo vemos en la falta de due diligence o de una correcta evaluación de riesgos que permitan despejar la existencia de conflictos de interés ante oportunidades de negocio, contratación de personal o de proveedores, así como contar con un currículo intachable.

Otra fuente de problemas surge cuando las empresas no capacitan a los trabajadores sobre materias fundamentales como en el mismo programa de compliance, la política de regalos o el código de ética, y se transforma en un mero papel en algún archivo perdido. Y, lo que puede ser más grave, es que no capacitan en relación a los eventuales riesgos del negocio, donde existen áreas especialmente expuestas a la corrupción, como el riesgo a sobornar o ser sobornado, o bien involucrarse con el crimen organizado ante empresas utilizadas para lavar dinero.

Según la Encuesta Mundial sobre Fraude y Delitos Económicos 2020 de PwC, el fraude golpea a las compañías desde todos los ángulos, ya que sus autores pueden ser internos, externos o que actúan en complicidad. Además, el estudio revela que las compañías que ya contaban con un programa de prevención de delitos pudieron actuar de manera más rápida y con menos recursos, además de pagar un 16% menos en multas.

Todo lo anterior debe ser considerado como un asunto urgente, no solo por las sanciones -que por lo demás se están endureciendo y aumentando por la Ley de Prácticas Corruptas en el Extranjero (FCPA)-, sino porque más allá del cliché, la reputación ganada realmente puede perderse en segundos; y más vale invertir tiempo, esfuerzo y dinero en prevención y control, que en sanciones y costos reputacionales.

Por Susana Sierra

Fuente: El Mostrador

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