PARECIERA MÁS recurrente de lo normal que cuando se da a conocer públicamente alguna irregularidad, delito o falta a la ética, los responsables de alguna empresa, organismo estatal o partido político, se escuden tras la frase ‘yo no sabía’. Claro, al desconocer una situación en particular poco se puede hacer para evitar las consecuencias, no caben dudas de ello. Sin embargo, al concentrar cargos directivos ese ‘argumento’ se convierte en una excusa.
Quienes concentran altos cargos de responsabilidad deben, por sobre todas las cosas, tener el control absoluto de todo lo que concierne al interior del grupo que dirigen, así como traspasar la información oportuna y clara al resto de los miembros de la organización, independiente de su tamaño, sector y preferencias.
Que, por ejemplo, decisiones de índole financiera se desconozcan por un grupo (que incluso podría oponerse a esa determinación), y que desde lejos se vea al menos un conflicto de interés, revela que aquellos que fueron elegidos para representar un colectivo no están haciendo su trabajo, al menos no de la manera correcta.
Es legítimo buscar utilidades, crecer en ventas y en participación de mercado, no hay nada malo hasta ahí. Lo que sí hay que cuestionarse es cómo se está llegando al objetivo, cómo se está ejecutando ese proceso, sobre todo si hay un grupo que se está representando porque no se está velando por un interés individual.
Por lo general, las intenciones siempre son buenas, una empresa no nace con la idea de hacer el mal, pero puede convertirse en un agente negativo si es que sus directores entregan incentivos sin pensar cómo los trabajadores se las ingenian para alcanzar las ambiciosas metas que les piden sus jefes.
Publicada en Pulso