Por Susana Sierra, directora Ejecutiva BH Compliance
La realidad se ha tomado la ficción, y eso lo demuestran grandes éxitos del streaming basados en hechos reales. Por ejemplo, la serie WeCrashed cuenta la historia de WeWork, una compañía que en 2010 vino a cambiar la forma de trabajar (antes de la pandemia), a través de oficinas compartidas o arriendo temporal de estas, y que en su apogeo, logró ser “unicornio”, alcanzando una valorización de US$ 47 mil millones, con grandes planes de expansión. Sin embargo, en 2019, estuvo al borde de la quiebra, y su extravagante CEO y fundador, Adam Neumann, retirado del negocio, tras una seguidilla de malas prácticas que lo hicieron llevar su excentricidad al límite, desvirtuándose de lo que realmente era y lo que su empresa prometía.
Otro ejemplo es la serie Drop Out, que cuenta la historia de Elizabeth Holmes y su empresa Theranos, que pretendía salvar vidas con tan solo una gota de sangre. Su promesa era hacer más accesibles y menos costosos los exámenes de laboratorio, pero mintió sobre el real funcionamiento de la tecnología que dijo haber desarrollado, aprovechándose de los inversionistas y poniendo en riesgo vidas humanas, que confiaron en exámenes cuyos resultados distaban de la realidad.
Y para conocer sobre la historia de Uber, está Super Pumped, la serie que muestra la historia de Travis Kalanick, cofundador de la aplicación de transporte, quién debió renunciar a su cargo tras una serie de polémicas que incluyen malas prácticas y acusaciones de acoso sexual. La empresa ha generado debate mundial desde sus inicios, dada la falta de regulación, y recientemente, debido a la filtración periodística que revela el brutal lobby que habrían ejercido para seguir operando.
Todas estas empresas son conocidas por la disrupción tecnológica que provocaron en su momento y por cómo cambiaron el paradigma en la forma de trabajar, hacerse exámenes de sangre o tomar un taxi. Todas son empresas cuyos fundadores querían cambiar el mundo, pero que se perdieron en el camino, porque se desviaron de su propósito y pasaron a llevar los propios valores que hacían que sus empresas, fueran lo que fueron o querían ser.
Para entender bien, los valores corporativos son los principios que definen y guían los criterios de la empresa en su forma de actuar y desenvolverse, tanto hacia adentro como hacia afuera, y que significan su ventaja competitiva, lo que los hace únicos.
El propósito, en cambio, es la capacidad de las empresas para crear valor en la sociedad, siempre vinculada a la estrategia de negocios, pero mirando más allá, porque hoy es importante crecer en equilibrio con el entorno.
Dicho esto, no significa que las empresas que declaren valores sean buenas per sé, porque lo importante no es fijar un listado de buenas intenciones, sino que sus líderes sean capaces de transmitir a toda la organización qué es lo que los mueve, mostrándoles que existen diversos escenarios, que deberán enfrentar zonas grises y estén preparados para hacerlo de la manera correcta, y no en base a objetivos de corto plazo o incentivos mal puestos.
Por lo tanto, en tiempos convulsos e inciertos, como los que vivimos, donde ha cambiado el paradigma político, económico, socio-cultural y ambiental, y en el que la tecnología es pieza principal en las transformaciones, estamos obligados a replantear el quiénes somos, dónde estamos, hacia dónde vamos, por qué lo vamos a hacer y, sobre todo, cómo lo haremos. Y para resolver estas interrogantes debemos tener en perspectiva la sostenibilidad, los criterios ESG y a cada uno de los stakeholders.
La tarea no es fácil, porque los cambios cuestan, no nos gusta mirarnos con autocrítica ni arriesgarnos a lo desconocido. Pero el ejercicio introspectivo debe ser una prioridad para seguir subsistiendo en un entorno cambiante, donde no solo debemos buscar maximizar las utilidades de los accionistas, sino que mirar las necesidades de todos nuestros grupos de interés e impactar en la sociedad, siempre en base a la mejora continua y la medición constante de cada acción, para avanzar y ser consistentes con el propósito.
Por eso el rol de los líderes es clave, ya que tienen la gran responsabilidad de actuar en congruencia a los valores y traspasarlos a cada integrante. Un liderazgo responsable es consciente de su rol no solo dentro de la empresa, sino con la sociedad en general, porque cuando el ciudadano común se entera de malas prácticas, como las que habrían cometido los líderes de WeWork, Theranos o Uber, cuestiona a la empresa completa y no solo al líder, además de meter al sector privado en general al mismo saco, aumentando la desconfianza hacia las compañías y afectando su reputación.
Si a esto sumamos que, cualquier detalle puede ser amplificado en internet y redes sociales, se hace fundamental ser y parecer. Si bien la vara con la que la ciudadanía mide las empresas, es cada vez más alta y la tolerancia cada vez más pequeña, lo que las debe mover realmente es contar con valores en los que crean de verdad, porque serán el cimiento de su propósito y, por lo tanto, de su éxito.
No permitamos que buenos propósitos se entrampen en el camino por expectativas que se escapan de lo que “somos”, y seamos conscientes que gran parte del éxito se centra en el “cómo”.
Fuente: La Tercera