Chile no es una isla y, por lo tanto, no es inmune a lo que suceda más allá de sus fronteras. En un mundo cada vez más integrado en múltiples niveles -no solo en materia comercial-, se hace necesario actuar acorde a las grandes exigencias del presente, pero también del futuro, y de manera conjunta.
Por lo mismo, las empresas chilenas no pueden desentenderse de su rol en este mundo global y, más bien, deben asumir que tienen una responsabilidad con su entorno, no porque lo diga una ley, sino porque saben el valor que generan –o de los perjuicios que pueden provocar-, y se enfocan en estrategias de largo plazo, que a la larga permitirán ahorrar en recursos y tiempo, porque son adoptadas de forma paulatina y consciente.
Es irrefutable que vivimos en medio de una crisis, que la economía está resentida; el medioambiente está manifestando el impacto que provocamos en él; que existe agitación en materia social; las democracias y el estado de derecho se han debilitado, pero como toda crisis, hay lecciones y oportunidades que aprovechar, y deben partir desde uno.
En este contexto, las nuevas normativas buscan regular los problemas del hoy, haciéndose cargo de desafíos sostenibles y ajustándose a estándares internacionales. Si bien la experiencia de otros países puede ser diferente o más adelantada a la nuestra, es necesario verlas de manera estratégica, porque en el mundo global, tarde o temprano, deberemos enfrentarlas.
Uno de los nuevos desafíos viene de la mano de la Norma de Carácter General N°461 de la Comisión para el Mercado Financiero (CMF), que incorpora temáticas de sostenibilidad y gobierno corporativo en las memorias anuales de las empresas supervisadas. Esta norma requirió de un extenso trabajo de investigación por parte de la CMF, y busca poner a Chile al nivel de las economías más desarrolladas, porque convengamos que esas economías que vemos como ejemplo, son las que están dando pasos decididos en esta materia. Por lo demás, su entrada en vigencia será gradual, comenzando a fines de este año para algunas entidades, y concluyendo en diciembre de 2024.
Vale tener presente que cuando hablamos de una estrategia sostenible no solo hablamos de medioambiente y acciones verdes –donde se entrampan muchas empresas-, sino que también de definir quiénes somos y qué nos mueve, sobre una base sólida de valores y un propósito claro. Si eso existe, los cambios, las regulaciones o exigencias no son una carga, sino una oportunidad, y los costos son inversión y no gasto.
En esa línea, la prioridad de las empresas debiera ser aspirar a una gobernanza que sustente toda la estrategia, con un directorio comprometido, que sea capaz de involucrar a cada uno de sus trabajadores, que dé cuenta de lo que se está haciendo, que actúe con probidad y donde las áreas no actúen como silos, sino que con un objetivo común, y entonces, se entienda el rol social de la empresa, que da valor a su entorno.
Si atender estas exigencias es visto como un lastre más que una manera de avanzar y generar valor, entonces debemos analizar bien dónde está el problema, porque ante los cambios que estamos experimentando, la peor manera de enfrentarlos será quedarse inmóvil.
Debemos ser conscientes de que los riesgos no son los mismos de antes, las soluciones tampoco, y que la única constante es el cambio. La empresa que no lo entienda, quedará más atrás de las que se atrevieron a mirar el futuro como una oportunidad y fueron capaces de adaptarse.
Por Susana Sierra
Fuente: La Tercera