Como cada fin de año, llega la hora de los recuentos, de revisar lo bueno, lo malo y lo que quedó pendiente. Y quizás, esta vez la reflexión sea más profunda que en años anteriores, porque despedimos un 2020 difícil, en el que debimos ser resilientes -o aprender a serlo-, e intentar sacar lo mejor de nosotros para salir adelante. Y a pesar de la adversidad, este año nos ha permitido valorar lo realmente importante, salir de la vorágine a la que estábamos acostumbrados, detenernos un instante y disfrutar los pequeños detalles.
Y aun en este escenario en el que intentamos resolver las dificultades, la corrupción no da tregua. Hemos sido testigos de cómo las crisis traen consigo mayor corrupción, porque la urgencia por sobrevivir, salvar el negocio y salir adelante, es capaz de hacer correr el cerco de la ética, eliminar los controles, tomar decisiones apuradas y buscar el camino fácil, todo bajo la autojustificación de que estamos en pandemia, como si eso rebajara el carácter del delito.
Así, hemos conocido diversos casos en el mundo asociados a la crisis sanitaria como sobreprecios de ventiladores, ambulancias, mascarillas e incluso bolsas de cadáveres, además de contratos adjudicados sin concurso público. Por supuesto, Chile no ha sido la excepción y hoy son investigados casos irregulares en los contratos de residencias sanitarias, cajas de alimentos y en su momento hasta se debió modificar la ley para sancionar a las empresas que cambiaron su giro para operar como esenciales. Y este tema está lejos de terminar, ya que la pandemia continúa, las urgencias siguen presentes.
Y aún con lo duro de este 2020, podemos rescatar que la corrupción se ha visibilizado como nunca antes. Esto quedó demostrado en un reciente estudio de Contraloría que develó que los chilenos perciben que el país es mucho más corrupto que en 2019, y las irregularidades derivadas de la pandemia, han ayudado a aumentar esa percepción.
Este estudio también señala que un 51,4% de los encuestados confesó haber sido víctima o testigo de la corrupción, pero solo un 32,9% la habría denunciado. Entonces se hace urgente que las personas se atrevan a denunciar, al mismo tiempo que exista mayor protección a quienes lo hacen, ya que si no se denuncia, no vemos la corrupción y seguimos en la burbuja que habitábamos hasta antes de 2011, cuando creíamos que en Chile no pasaban estas cosas.
Otro ejemplo de la visibilización de la corrupción viene de la mano de un hecho inédito: la primera condena en juicio oral por Responsabilidad Penal de las Personas Jurídicas a la empresa Corpesca, por sobornar a parlamentarios en el marco de la tramitación de la Ley de Pesca. El tribunal también condenó a los exparlamentarios Jaime Orpis y Marta Issasi, por delitos de cohecho y fraude al fisco, aun a la espera de su sentencia final.
Y siguiendo con los hechos inéditos y que apuntan en la dirección correcta, está el anuncio de la primera audiencia de formalización contra la Cervecería AB InBev, primera empresa imputada por el delito de soborno entre privados (el que fue agregado recién en 2018 al Código Penal).
Entonces, en medio de una de las grandes crisis, tenemos la oportunidad de hacer las cosas de manera diferente. Y en ese sentido, destaco la iniciativa “The Great Reset” que impulsa el Foro Económico Mundial, para asentar las nuevas bases de un futuro más justo y sostenible. En esto, las empresas juegan un rol principal, comprometiéndose con su entorno, más allá del negocio y el dinero, y siendo un real aporte en la prevención de la corrupción, a través de controles fuertes que aíslen a los corruptos.
Tenemos un tremendo desafío de cara al 2021. Si las crisis representan una oportunidad, hoy es el momento de demostrarlo.
Por: Susana Sierra
Fuente: La Tercera