Al parecer que todos somos corrompibles. Nadie se salva. Ni las «históricamente perfectas» multinacionales, ni los ejecutivos más top, ni las más prestigiosas corporaciones locales, ni mucho menos los políticos. Todos tenemos un precio. Primero fue el Caso La Polar. Después vinieron los bullados casos de colusión y financiamiento irregular de la política y ahora, al igual que tiempo atrás con la «arista royalty» en el caso SQM, no terminamos de sorprendernos con otros personeros políticos que estarían involucrados de manera directa con las pesqueras, como ha pasado recientemente con la senadora y actual timonel de la UDI, Jacqueline van Rysselberghe.
Quizás cuántas compañías, políticos, instituciones del Estado y otros organismos permanecen aún en el terreno de la ceguera, incurriendo en malas prácticas y poniendo en entredicho a todas las instituciones. No lo sabemos… Lo único claro es que, a pesar de lo expuestos que estamos, en Chile sigue siendo una utopía instaurar una cultura de buenas prácticas, real y efectiva.
¿Cómo provocamos un cambio? ¿Qué debemos hacer para que actuar correctamente sea más importante que el crecimiento, el aumento en la participación de mercado o los reconocimientos públicos?
Después de tantos arios certificando empresas en temas de cumplimiento, puedo decir que la única salida es generar un cambio de hábito. No basta con que exista un área de compliance o con desarrollar y certificar modelos de prevención de delitos.
El verdadero desafío es crear una cultura al interior de las empresas, articulada por una unidad interna de compliance para que otras áreas gestionen en forma práctica y concreta los riesgos inherentes a sus propias operaciones. Sólo de este modo se lograrán mejores resultados. Llegó la hora de ser honestos, de instaurar una cultura de hacer las cosas bien. Tarea titánica, claro está. Pero no imposible.
Por Susana Sierra
Fuente: Pulso