Primero fue la renuncia de Pedro Pablo Kuczynski y luego el ingreso a la cárcel de Lula da Silva. Parecieran temas lejanos y ajenos, pero el flagelo de la corrupción está a la vuelta de la esquina y Chile no está exento.

Al iniciar su gobierno, PPK anunció contundentes medidas anticorrupción. Una señal ejemplar. Pero con el pasar de los meses supimos que también había sido alcanzado por los tentáculos de Odebrecht.

Por otra parte, Brasil ya tenia un prontuario corrupto. Más allá de las mejoras sociales que implementó Lula, habría guardado su ética en un cajón y habría recibido de «regalo» un departamento de manos de OAS, incurriendo en corrupción pasiva y lavado de activos. A lo que se suman las malas prácticas de Dilma Rousseff y Michel Temer.

¿Acaso las empresas se habrán preguntado por el daño que ocasionarían? Claramente no, porque su mal se extendió en prácticamente toda la región, afectando de paso a las empresas que hicieron negocios con Odebrecht y OAS. Incertidumbre, impacto en la economía, pérdida de la reputación y consecuencias que terminaron arrastrando a toda América Latina PPK y Lula se convirtieron en símbolos del financiamiento irregular de la política

Pero las malas prácticas no se acaban con ellos. Por el contrario, son síntomas de un flagelo que afecta a Latinoamérica desde hace tiempo. Es obligación de todos reflexionar y replanteamos para dónde vamos. Entender que tenemos un rol importante en la prevención de la corrupción, independientemente del lugar que ocupemos en la economía: trabajando en un área determinada de una empresa, siendo alto ejecutivo, director o dueño. Tenemos que pensar en «cómo» estamos haciendo los negocios, no sólo en el resultado. También en con «quién» estamos haciendo negocios.

La responsabilidad es compartida y el sector privado debe convertirse en un promotor de las buenas prácticas. Al menos la ciudadanía ya tiene conciencia y está cansada de la corrupción. Ahora es tiempo de actuar, no sólo mediante leyes, sino que también a través de la autorregulación, y entender que una empresa comportándose mal puede arrastrar a todo un país. Tenemos las herramientas para evitar la corrupción y no lamentar casos como los que aquejan a nuestros vecinos.

Por Susana Sierra

Fuente: La Segunda

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