Por: Susana Sierra
Aunque ha pasado bastante tiempo desde que explotó el caso Odebrecht, sus repercusiones parecen no acabar. Recientemente se conocieron las declaraciones de Jorge Barata, ex responsable de la empresa brasileña en Perú, donde afirmó que se pagaron sobornos desde la “Caja B” a las campañas de Alan García, Ollanta Humala, Alejandro Toledo y a Keiko Fujimori; además de sobornos a dos ex alcaldes de Lima. Estas últimas revelaciones muestran lo profundo de la situación y cada vez se destapan más casos de corrupción y malas prácticas en la región.
Al otro extremo se encuentra la ciudadanía que ha salido en masa a las calles para apoyar la decisión del Presidente Vizcarra de disolver el Congreso, como consecuencia del debilitamiento de las instituciones que dejó la corrupción.
Por otro lado, siempre pensamos que el caso Odebrecht no había llegado a Chile, nos alegrábamos que lo único que había aparecido era el avión de MEO, pensábamos que Chile era tan poco corrupto que a las empresas involucrada no “les había resultado” su estrategia en nuestro país.
Pero, al parecer no fue así, hace una semanas salieron a la luz pública las declaraciones del ex mandamás de la constructora brasileña, Leo Pinheiro, quien admitió que la compañía había donado poco más de 100 millones de pesos a la campaña de la entonces candidata Michelle Bachelet en 2013, reviviendo las conexiones de esta constructora con nuestro país. Es más, un reportaje de un conocido diario metropolitano dio cuenta de la manera de operar de OAS, la cual transfería 77 millones de dólares a su filial chilena, de los que 34 provenían de Islas Vírgenes y Bahamas, conocidos paraísos fiscales.
La ex Presidenta Bachelet afirma que no tuvo ningún vínculo con OAS y que su financiamiento fue totalmente legal. Sin embargo, Giorgio Martelli, el recaudador de su campaña, ha estado permanentemente en el ojo del huracán por estos casos, deja un manto de dudas sobre sus prácticas.
OAS habría elaborado contratos ficticios, cuyos recursos habría usado en el pago de coimas y financiamiento irregular de la política. Una medida normalizada por la empresa en países como Costa Rica, Ecuador, Guatemala, Perú, Trinidad y Tobago e Islas Vírgenes Británicas y Chile, quien no se habría salvado según los últimos antecedentes.
Y créanme, las “donaciones” de una empresa extranjera a nuestro país, o al país que sea, no es por lo comprometidos que están con el desarrollo del sistema político…nada es gratis en esta vida.
Estás “donaciones” esperan un “favor” a cambio. Hay que recordar que muchas empresas suelen ofrecer grandes y costosas obras públicas a los gobiernos con tal de ingresar al mercado. En ocasiones, la infraestructura no es de gran nivel e incluso puede tener consecuencias catastróficas, tal es el caso de Argentina. Durante los gobiernos del kirchnerismo se construyeron una cantidad importante de puentes, donde al año 2018 ya se habían caído 12 viaductos en la provincia de Tucumán. Algunos de ellos reparados y otros construidos a principio de 2015. Afortunadamente no hubo que lamentar ninguna muerte en el país vecino, pero refleja lo peligroso que puede llegar a ser la falta de un proceso de licitación transparente, que en este caso incluso pudo cobrar vidas.
Los casos antes mencionados preocupan. Si los puentes en Tucumán no se hubieran caído, quizás nadie se fijaría acuciosamente en las licitaciones de obras públicas, cuyas malas ejecuciones pueden cobrar víctimas inocentes.
¿Tendremos casos similares en Chile? Tal vez nunca lo sabremos, lo que sí es importante, es que no podemos pensar que no, y por lo tanto no hacer nada. Como país necesitamos estar constantemente preocupándonos, transparentando y actualizando los procesos de adjudicación de estas grandes obras y de todas las compras públicas en general.
Debemos recordar que somos seres humanos, y por lo tanto todos somos susceptibles a la corrupción, más aún cuando los incentivos están puestos en el corto plazo, o cuando terminamos justificando las malas prácticas porque “todos lo hacen” o “siempre se ha hecho así”
Es importante que no dejemos de hablar de corrupción, por si hacemos como que no existe, entonces tampoco vamos a estar preparados para prevenirla.
Sí sé, corrupción es una palabra que ha nadie le agrada, leemos como lejanas las noticias de nuestros países vecinos, horrorizándonos frente al escándalo ajeno. Pero debemos ser conscientes que en Chile también existe, y los casos de los que nos hemos enterado los últimos años, involucrando a las instituciones que eran las más creíbles del país (ejército, carabineros, justicia, municipalidades, etc), lo dejan en evidencia.
No podemos dejar que nuestras instituciones se debiliten, por este cáncer llamado corrupción Debemos tener en cuenta que el trabajo de acabar con ella es de todos, ya sea denunciando, educando, transparentando procesos, o simplemente diciendo no. Esto es fundamental para que se pueda recuperar la confianza y no lamentarnos cuando sea demasiado tarde.