La confianza es más que un valor, es la base para el desarrollo de toda sociedad, sobre la que se erigen democracias fuertes, con instituciones íntegras que velan por el bien común, y donde, a la vez, los ciudadanos depositan su fe en ellas.
Cuando la perdemos, se debilitan las instituciones, se pierde el estado de derecho y caemos en un espiral donde se hace cada vez más frecuente la corrupción, inseguridad, comportamientos poco éticos y una constante sensación de impunidad y sospecha.
Actualmente, vivimos una crisis de confianza institucional a nivel mundial, donde los ciudadanos no creen, se sienten engañados y discriminados, acentuándose las diferencias y la polarización. Y si bien los conflictos políticos y sociales siempre han existido, hoy vivimos un periodo de exacerbación de violencia alimentada por esta crisis. Revueltas, estallidos sociales, crisis migratorias, racismo, autocracias, atentados contra la libertad de expresión y de prensa, dividen al mundo en blanco y negro, y no hemos sido capaces de consensuar en los grises.
Diversos estudios han dado cuenta de cómo la confianza se viene debilitando sistemáticamente por diversos factores. Por ejemplo, la encuesta Edelman Trust Barometer, que viene midiendo la confianza en el mundo por más de 20 años en 28 países, destacó en su edición 2021 que la desconfianza ha aumentado por la “infodemia”, la proliferación de las fake news y la falta de fe de la sociedad en sus líderes.
Este 2022, los resultados de la encuesta sigue la misma línea, enfatizando cómo la falta de fe en los medios de comunicación y los gobiernos hacen crecer la desconfianza, gracias a la desinformación y la división en pos de ganancias comerciales y políticas. Por el contrario, según el 77% de los encuestados, “mi empleador” es ahora la institución en la que más se confía, y los trabajadores esperan que los directores ejecutivos sean el “rostro del cambio”. En este contexto, las empresas y sus líderes deberán asumir como desafío propio su rol en la reconstrucción de la confianza.
Pero no será tarea fácil, porque debemos trabajar en derrocar una cultura pesimista que está arraigada entre nosotros. Ya no nos movemos por convicciones, sino por lo que otros piensan, tememos salir del statu quo, innovar, pensar “fuera de la caja” (como dice el cliché). Las empresas, a pesar de ser las que representarían una mayor confianza, no se están atreviendo, y actúan como avestruces, escondiendo la cabeza debajo de la tierra, incómodas frente a una sociedad que necesita avanzar y no estancarse en peleas de poder. Nos falta diálogo, mirarnos a la cara, encontrarnos. Parece que en estos casi dos años de encierro, nos acostumbramos a estar más solos, acrecentando la desconfianza.
Pero debemos estar atentos, porque la desconfianza es riesgosa, como lo plantea Stephen M.R. Covey, en su libro “La Velocidad de la Confianza”, pues cuando esta se desvanece o debilita, todo toma más tiempo. En otras palabras, la desconfianza sería un incremento exponencial del tiempo, tanto para los procesos como para los costos.
Analizando este fenómeno en nuestro país, la Encuesta Bicentenario 2021 de la Universidad Católica, dada a conocer en enero pasado, muestra que la confianza institucional se mantiene en niveles bajos y, lo que es peor aún, muestra una disminución significativa de las expectativas de los chilenos de que el país alcance el desarrollo, además de una importante reducción en la idea de llegar a ser un país reconciliado. Asimismo, aumentó la percepción del conflicto en temas como gobierno y oposición; trabajadores y empresarios, y chilenos e inmigrantes.
Trabajar en reparar y fortalecer la confianza parece un camino cuesta arriba, sobre todo en un ambiente donde vemos la pelea chica, la búsqueda de réditos propios y a corto plazo, la derecha, la izquierda, el apruebo, el rechazo, y no estamos pensando en el bien común. La gente está cansada de las pequeñeces y necesita señales concretas, de lo contrario el círculo vicioso se seguirá profundizando.
Pero tampoco podemos dejar de lado lo que pueda hacer cada uno de nosotros en la recuperación de la confianza y, por ende, en el fortalecimiento de nuestras instituciones y democracia. He conocido a mucha gente que está aportando para que la confianza aumente, pero nos falta juntarnos y unir fuerzas. Si como personas individuales nos podemos mirar a los ojos y confiar, ¿por qué le está costando tanto a la sociedad en el mundo?
Algunas de las acciones que debemos adoptar, debieran orientarse a facilitar la conversación, garantizar una mayor transparencia, compartir experiencias, y asumir nuestro rol individual y colectivo. El aporte de las empresas será fundamental respecto a las certezas que puedan dar y la confianza que puedan ofrecer a los ciudadanos, asumiendo un propósito claro que propenda a fortalecer su rol en la sociedad, y sacando la cabeza de debajo de la tierra.
Por: Susana Sierra
Fuente: La Tercera