Hace unas semanas, Brasil vio su democracia en peligro tras los ataques de un grupo de bolsonaristas a los edificios que alojan los tres poderes del Estado, siguiendo el mismo guion de lo ocurrido en Estados Unidos y el ataque al Capitolio.
Hechos como estos no pueden ser mirados desde lejos, porque existen diversos factores comunes que nos deben alertar y preocupar. Cuidar nuestra democracia no es baladí, menos un slogan; más bien se trata de una premura en momentos de ebullición. Ya lo advierte el índice de “Riesgo Político América Latina” 2023, elaborado por el Centro de Estudios Internacionales UC (CEIUC), quien dio a conocer los diez riesgos que acechan a nuestra región: crimen organizado, retroceso democrático, gobernabilidad compleja, nuevos estallidos de malestar social, crisis migratoria, inseguridad alimentaria, polarización y noticias falsas, pérdida de competitividad, aumento de ataque cibernéticos y debilitamiento de la integración regional.
Todos estos están presentes —en mayor o menor medida— en nuestro país, y se han convertido en grandes preocupaciones del ciudadano común. La encuesta “Chilenas y chilenos hoy” de Espacio Público – Ipsos 2022, indicó que los principales problemas que afectan a los ciudadanos son la delincuencia e inseguridad; la deficiencia del servicio de salud; la inflación; el desempleo, y la corrupción en la política.
Lamentablemente, esto nos ha llevado a un clima pesimista, azuzado por repetidas noticias de crónica roja en matinales y noticiarios, además de liderazgos políticos al debe, que se han mostrado más preocupados de ganar gallitos efímeros, que de responder a las grandes urgencias.
Este negativismo ha traspasado las esferas de poder, inundando los espacios cotidianos, llevando la desazón a las conversaciones diarias, en las que gastamos más tiempo en criticar que en hacer autocríticas, buscando culpables, en vez de pensar en cuál es nuestro aporte.
Necesitamos más diálogo, lograr acuerdos, actuar bajo una mirada más propositiva y positiva, donde el norte sea el bien común, dejando de lado las batallas ególatras y entendiendo que no pierde quien cede. Y esto no solo corre para la política —Estado y partidos—, sino que para cada uno de nosotros como individuos, comunidades, empresas, entidades u organizaciones sociales. Porque mientras nos quejamos, hay quienes siguen evadiendo el transporte público, los impuestos, comprando en el supermercado con factura, saltándose las reglas bajo la excusa de algún resquicio legal, exigiendo que todo cambie y al mismo tiempo poniendo trabas para que eso no pase.
Desde la responsabilidad de las empresas, hay mucho por hacer. Uno de los temas que está sobre la mesa en el último tiempo, es su responsabilidad con el entorno y, por lo tanto, su rol en esta crisis. Y para eso es importante la coherencia de su actuar, a tono con las necesidades actuales. Al respecto, los criterios ESG (medio ambiente, social y gobernanza, por sus siglas en inglés), son un gran primer paso para lograrlo, y es la tendencia de las empresas europeas y norteamericanas, que están en sintonía con la realidad y entienden que ya no es rentable existir sin mirar alrededor.
En Chile, muchas empresas se han subido al carro y están adaptándose a estos cambios —que ahora empezó a exigir la CMF a través de la NCG N°461—, asumiendo el protagonismo de estos. Observar el escenario y definir cuál es el rol que queremos jugar en él, es la pregunta que debemos responder todos, incluidas las empresas.
Estamos comenzando el 2023, y la invitación es a buscar cuál es nuestra propuesta ante la queja, y a cuidar nuestras palabras, porque el lenguaje crea realidad y la que estamos creando, nos está sumiendo en el pesimismo.
Asumamos que para avanzar hacia mayor justicia, igualdad, más derechos e instituciones fuertes, no solo dependemos del Estado, sino del compromiso que hagamos cada uno como miembros activos de la sociedad, que quiere cuidar su país y avanzar hacia el desarrollo. Si no nos ocupamos y prevenimos a tiempo, de nada servirán los lamentos.
Por Susana Sierra
Fuente: La Tercera