Hablar del rol de la empresa en la sociedad parece repetido y tedioso, pero al parecer no basta con repetirlo una infinidad de veces, si seguimos conociendo malas prácticas desde el sector privado, que de paso enlodan el actuar de compañías conscientes.
El tema parece urgente. Ya no se trata del papel que tendrán las empresas en el futuro, porque su compromiso se necesita hoy, cuando vivimos una importante crisis de confianza, atentados a la democracia, proliferación de populismos y fake news. Es hora de que las empresas comprendan que su rol puede ser determinante que ayude a disminuir los niveles de corrupción, para lograr un mundo más íntegro, que prospere hacia la sostenibilidad social.
La urgencia es mayor en medio de la época de la disrupción tecnológica, donde a través de la innovación, surgen constantemente empresas que ofrecen productos o servicios que ni siquiera habíamos imaginado, solucionándonos la vida cotidiana y haciéndonos dependientes de ellas.
Paralelamente, esas compañías crecen tan aceleradamente que muchas veces no alcanzamos a darnos cuenta que somos nosotros, como clientes, proveedores, comunidad, y stakeholders en general, quienes tenemos el poder de exigir cambios en sus comportamientos cuando somos conscientes de que algo no encaja.
Y un ejemplo concreto, que conocemos hace años, pero al que hemos hecho la vista gorda, es Uber, la plataforma de transporte que revolucionó la manera de movernos. Desde su existencia, la empresa ha estado en la palestra dada la falta de regulación, que llevó a que sus servicios sean ilegales en muchos países. Fueron los taxistas establecidos quienes salieron a las calles a luchar por sus derechos, porque a pesar de la comodidad del servicio para nosotros -los usuarios-, esto iba en directo desmedro de su trabajo. De hecho, todos (incluyéndome), hemos estado dispuestos a saltarnos la ley en países donde Uber es ilegal, solo por el hecho de que el resultado es mejor, porque justificamos nuestras acciones bajo la excusa de que la competencia es mala o la legislación es anticuada.
Esta información no es nueva y ha sido tema de documentales y reportajes, pero lo que revela la reciente filtración de los Uber Files -la nueva investigación periodística liderada por The Guardian y en la que trabajó el Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación (ICIJ), en base a 83.000 mensajes de texto, entre SMS y WhatsApp, y 124.000 documentos internos- supera la imaginación.
Estos documentos revelan las malas prácticas en la que incurrió Uber para operar en diversos países, donde primó el lobby en las altas esferas de poder, la elusión de los controles policiales y de reguladores, la evasión de impuestos y de los derechos laborales de sus conductores, perjudicando a sus competidores menores y a la industria de los taxis concesionados, entre otras conductas antiéticas, que demostrarían que para la empresa, el fin justifica los medios.
Cuando se acusa que Uber ha hecho del lobby su modus operandi, no se exagera. La misma investigación surge gracias a los documentos filtrados por Mark MacGann, lobista de la empresa que logró influenciar al actual Presidente de Francia, Emmanuel Macron, cuando este era ministro de Economía, para revertir el veto en contra de la aplicación en ese país. En su mea culpa, MacGann dijo: “Mi trabajo consistía en construir relaciones con el nivel superior del gobierno y negociar”.
Y así lo muestran los documentos filtrados. Lobistas con amplio acceso, entre los que se cuentan ex asesores presidenciales, accedieron a funcionarios públicos e incluso oligarcas rusos cercanos a Putin, ofreciendo descuentos en viajes de taxi, comidas de muy alto nivel, trabajos de campañas políticas gratis, además de contribuciones a las mismas, y otros regalos y beneficios. A cambio, los lobistas habrían recibido acciones de la empresa y bonos cuando lograron presionar con éxito a funcionarios gubernamentales para que abandonaran sus investigaciones, reescribieran las leyes laborales y de taxis, o relajaran la comprobación de antecedentes de los conductores.
Todos hemos sido cómplices pasivos de estas malas prácticas. Por esto, creo necesario repetir hasta el cansancio que el rol de la empresa en la sociedad es esencial, especialmente las tecnológicas, que tienen tanto poder, al nivel de conocer todo de nosotros.
Así, los caminos son dos: las empresas pueden optar por hacer las cosas bien y decidir ser un aporte a la sociedad actual, e incluso –aunque suene ingenuo- acabar con la corrupción; o pueden tomar el camino fácil bajo el lema de que es mejor pedir perdón que pedir permiso, perpetuando la crisis de confianza, en la cual nos queda poco a qué aferrarnos.
Hoy Uber dice que las malas prácticas son cosa del pasado. Esperemos que así sea, y que lo demuestren con hechos. Asimismo, que se investiguen a fondo las acusaciones y que la empresa pague las consecuencias. Por nuestra parte, debemos entender que el cómo se hacen negocios es tanto o más importante que el resultado.
Por: Susana Sierra
Fuente: La Tercera