Ya pasaron 10 años desde que comenzó a regir la ley de responsabilidad penal de las personas jurídicas.

Esta ley nace de la experiencia comparada y se basa en el principio de que la compañía es responsable por delitos que cometan sus empleados, si éstos benefician a la organización. Es decir,  si la compañía no hace nada para prevenir, se asume que está avalando el delito.

Al comienzo, la ley sancionó sólo 3: cohecho, lavado de activos y financiamiento del terrorismo, pero no era suficiente, por eso más tarde se sumarían otros delitos.

No hubo grandes cambios. Luego que se aprobara la normativa, tuvieron que pasar años para que las empresas comenzaran a entender que necesitaban prevención y demostrar con evidencia que se hace todo lo posible por evitar que este tipo de delitos ocurran. Fue así como en Chile comenzó a hablarse de compliance, que en mi definición, es preocuparse del cómo y no solo del qué al interior de la organización. Algo que algunas compañías aún están descubriendo y que principalmente se trata de crear una cultura donde no solo se midan los resultados, sino el cómo se llega a ellos.

La verdad, es que hasta que no tuvimos nuestros propios casos, no se creía que las empresas eran capaces de cometer delitos. De hecho, nos comparábamos con algunos países de la región y nos asombrábamos por los altos niveles de corrupción. Creo que fuimos inocentes y jamás pensamos que en el futuro también seríamos noticia por nuestras propias irregularidades.

Diversas investigaciones relacionadas con corrupción – no precisamente con esta ley- como La Polar en 2011 y la colusión de las farmacias que recibió condena en 2012, sumados a los casos propios de ésta, como Ceresita, Salmones Colbún, Pehuenche, SQM, Caval y otros que aún permanecen abiertos, como Penta y Corpesca, empujaron dos cambios relevantes a nivel social. Uno de ellos tiene que ver con una intolerancia a este tipo de prácticas que perjudican directamente a la población, donde el descontento se ha manifestado principalmente a través de redes sociales (e incluso parte del «estadillo social» se le atribuye a lo mismo), mientras que a nivel empresarial se genera más conciencia del deber de dirección, supervisión y preocupación por la reputación.

En sencillo, se pensaba: si no hay síntomas, no hay enfermedad… Sin embargo, los signos fueron más bien silenciosos. Tuvo que pasar un tiempo no menor para que de manera reactiva se agregaran nuevos delitos con mayor probabilidad de ocurrencia. Así, desde el 20 de noviembre del 2018, se agrega el soborno entre privados, la administración desleal, apropiación indebida y negociación incompatible, sumado a los delitos de la ley de pesca, como la contaminación de aguas.

Por lo mismo, es importante que las empresas que no han tomado precauciones se suban al carro cuanto antes. Mientras más se postergue, más complejo podría ser, dado que habrá nuevas exigencias en otros ámbitos.

Con la implementación de una prevención efectiva todavía quedan algunos pendientes, como entender que no todas las compañías tienen los mismos riesgos, por lo mismo, los programas de compliance no son un simple copy/paste de manuales y códigos de ética, sino que un conjunto de políticas para operar el negocio, donde el dueño no es el área de compliance, sino las áreas donde están los riesgos (comercial, operaciones, finanzas, proveedores, inversiones, etc). Por lo tanto, las mismas políticas que fueron hechas con otro objetivo -eficiencia, vender, etc-, pasan a formar parte integral del cumplimiento, ya que son las que evitan que se cometan estas infracciones.

En este sentido, la ley de responsabilidad penal de las personas jurídicas empuja a que las buenas prácticas sean abordadas por el directorio con la misma importancia que la estrategia, ya que no tendría sentido que éstas circulen por caminos separados.

No me voy a cansar de decir que la ley no lo es todo. Nos enfrentamos a un tema más cultural que legislativo, en el que falta comprender que el compliance no está hecho para las empresas «malas» -que deben ser el 5% de las compañías del mundo-, el compliance está pensado para las «buenas» compañías, que por no tener controles o procedimientos adecuados, terminan cometiendo malas prácticas. Por lo tanto, si las empresas realmente hicieran algo para prevenir este tipo de delitos, la corrupción podría disminuir significativamente en el mundo.

Es tarea de todos contribuir a la lucha contra la corrupción.

Por Susana Sierra

Fuente: La Tercera

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