¿Cuántos usan el poder para favorecerse a sí mismos? ¿Cuántos realmente creen que tienen más derechos que el resto? Seguramente muchos más de los que imaginamos o de los casos que conocemos porque han saltado a la luz pública.
Nadie está por sobre la ley. A estas alturas debiera estar claro, pero día a día nos damos cuenta de que algunos creen que no es así. Ya casi no nos sorprendemos cuando nos enteramos que alguien incumplió las reglas, se saltó los procesos o simplemente hizo lo que se le dio la gana, porque tenía la certeza de que no le pasaría nada.
Y si bien hemos ido perdiendo la capacidad de asombro, los ciudadanos estamos aburridos de estas actitudes que solo logran aumentar la desconfianza que se tiene en las personas e instituciones públicas y privadas.
El último caso que conocimos fue el del diputado Hugo Gutiérrez, quien al ser controlado junto a su familia por miembros de la Armada, cometió un evidente acto de abuso de poder. Primero indicó que él “es más autoridad” que quién lo controlaba, y acto seguido mencionó la frase “si usted me va a controlar a mí, yo lo controlo a usted, nos controlamos todos, entonces sería un problema”. Y la verdad es que sí, justamente de eso se trata, todos debemos ser controlados, porque vivimos en sociedad y nadie está por sobre el otro. De lo contrario, seguimos alimentando la idea de que existen ciudadanos de primera y segunda categoría, y de paso el odio y el resentimiento. Por otro lado, la familia del parlamentario tampoco tiene más derechos que el resto, por lo que si transitaban en una comuna o ciudad en cuarentena, cada integrante requería de permisos para circular en la vía pública.
Cómo olvidar casos similares, como el protagonizado por el entonces subsecretario de Desarrollo Social, Felipe Salaberry, quién al ser controlado tras pasarse tres luces rojas, dijo al fiscalizador municipal “No sabís con quién te estás metiendo”. Y como si eso fuera poco, se contactó con su hermana, funcionaria municipal, para evitar la infracción.
Abundan los ejemplos de abuso de poder por parte de autoridades que sienten que tienen más derechos y privilegios, y donde lamentablemente unos pocos terminan mermando la confianza en nuestras autoridades. Pero esto no solo se da en el ámbito público, ya que a nivel empresarial ocurre más seguido de lo que pensamos. ¿Cuántas veces hemos visto jefes prepotentes, que no solo tratan mal a los empleados por sentirse superiores, sino que también cuestionan que se les controle a ellos? A veces, incluso, a los altos cargos no se les aplica el mismo rigor que al resto, lo que claramente puede derivar en actos de corrupción, ya que si el jefe o jefa creen que a ellos no les corresponde dar cuentas o someterse a los mismos protocolos que los demás, dejan la puerta abierta a que se generen hechos irregulares, sin capacidad de prevención.
Hoy más que nunca quienes ejercen una posición de poder se deben preocupar de dar el ejemplo, y no actuar como si por su cargo o profesión valieran más. Y en ese contexto, debemos relevar el rol del compliance al interior de las organizaciones, preocupándonos no solo de alcanzar los objetivos trazados, sino de cómo llegamos a ellos. En esto, los altos ejecutivos tienen una mayor responsabilidad y es urgente que lo entiendan, porque si no se practica con el ejemplo, o no nace desde lo más alto de la organización, es imposible que se inculque una cultura de “hacer las cosas bien” en las empresas.
Es cierto que no podemos meter a todas las autoridades, jefes o personas en el mismo saco, pero desafortunadamente unos pocos políticos pueden enlodar la reputación de los demás, así como unos pocos ejecutivos pueden manchar la reputación de toda una empresa.
Parece increíble que en pleno año 2020, luego de conocer tantos ejemplos de abuso de poder y de conocer el repudio que provocan estos actos de prepotencia en la ciudadanía, se insista en la idea de que algunos son intocables y valen más ante la ley. Es momento de recuperar la confianza de la gente en sus autoridades, tanto públicas como privadas.
Por Susana Sierra