Desde chicos nos enseñan que si hacemos algo malo recibiremos una sanción. Si el castigo es ejemplificador, lo más probable es que mejoremos la conducta. Si nadie nos dice nada, o la sanción es muy blanda, de seguro volveremos a equivocarnos. Así de simple. La única manera de formar criterio y hacer las cosas bien es con la cancha bien rayada.

Lo que acaba de ocurrir entre Chile y Brasil, con la «Operación Carne Débil», invita justamente a reflexionar sobre cuán importante es tener límites y reglas claras.

El caso no es menor. Más de 30 empresas devolvieron al mercado los cortes que estaban descompuestos y, como Brasil es un productor de talla global, un total de 150 países importadores encendieron alarmas, preocupados por la salud de miles de personas, luego de que se destapara la investigación. Chile tomó la decisión más lógica para resguardar el bienestar de la ciudadanía: detener la importación de pollo y carne proveniente de ese país. Sin embargo, esa medida que parece de lo más razonable para prevenir un problema sanitario mayor, le pareció pésimo al gigante de la región, al punto de rebelarse y amenazar con represalias en contra de Chile. El mundo al revés.

¿Es válido enfrentar ese tipo de amenazas? Por supuesto que no. Claramente algo no anda bien si Brasil cree que puede golpear la mesa de esa forma. Más aún conociendo los antecedentes. El sector público y el sector privado se confabularon para recibir pagos a costa de la salud de otros y nunca nadie fiscalizó de manera correcta. Aquí no sólo hay falta de control, que podría tener consecuencias nefastas en materia de salud. También hay autoridades que no hicieron su trabajo y ejecutivos que no tuvieron ética a la hora de posicionar un producto en el mercado. Las escuchas telefónicas dan cuenta de que nunca les importó la salud de las personas potencialmente afectadas y tampoco las sanciones que podrían recibir. Como si supieran navegar a la perfección en aguas corruptas.

Es de esperar que el mundo entero saque lecciones de este caso. El fin no justifica los medios y menos cuando hay terceros que son altamente perjudicados. La corrupción tiene consecuencias para todos, no sólo para los corruptos.

 

Por Susana Sierra

Publicada en La Segunda

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