Debemos reconocer que hechos como estos siempre van a existir y que es fundamental hacer todo lo posible por evitar que la confianza siga erosionándose. Para lograrlo, es importante cuidar nuestras instituciones desde adentro, asegurando la idoneidad de los trabajadores y evitando el amiguismo.
El mito del Anillo de Giges, relato recogido por Platón en “La República”, nos cuenta cómo Giges, un humilde pastor, encuentra un caballo de bronce con un cuerpo sin vida que porta un anillo de oro. Sin prever las consecuencias, Giges toma el anillo y pronto descubre su mágico secreto al girarlo, él se vuelve invisible.
Dotado de este poder, Giges no tarda en usar el anillo para seducir a la reina y, con su complicidad, asesinar al rey, usurpando el trono y dominando el reino. Este relato sirve para ilustrar una perturbadora teoría sobre la naturaleza humana, que postula que las personas actúan con rectitud solo por temor al castigo o para obtener beneficios, y que la invisibilidad -como la otorgada por el anillo- revela la verdadera esencia del hombre, que es que, cuando nadie lo ve, la corrupción moral es inevitable.
Hoy, la leyenda del anillo de Giges parece atingente para reflexionar sobre nuestra realidad, porque plantea dilemas éticos sobre el poder, la integridad y la justicia, en un contexto de recurrentes casos de corrupción que conocemos casi a diario y donde vemos cómo el actuar de muchos cambia cuando nadie los ve y no están siendo evaluados ante el escrutinio público.
Los chats filtrados entre jueces, políticos y abogados los vínculos de fiscales con el narcotráfico las boletas ideológicamente falsas en algunas empresas de factoring la malversación de fondos en diversos municipios del país o a través de fundaciones gendarmes involucrados en tráfico de armas desde la cárcel la compra y venta de licencias médicas falsas y un largo etcétera, generan una desilusión profunda hacia nuestras instituciones y la integridad de las personas en posiciones de pode.
Estos hechos están afectando nuestra fe en la humanidad, porque ya no solo desconfiamos de las instituciones, sino también de las personas, de la tecnología, de la veracidad de la información que nos entregan los medios de comunicación, y eso representa un gran problema para nuestra democracia y nuestra vida en sociedad, cada vez más pesimista y polarizada.
Sin embargo, no quisiera caer en ese pesimismo, sino más bien resaltar que, aunque la corrupción acapare titulares en la prensa, siguen siendo unos pocos los protagonistas que transgreden las reglas cuando nadie los ve. Porque las oportunidades para buscar atajos o lograr objetivos de corto plazo existen y siempre existirán, pero no todos estamos dispuestos a comprometer nuestros valores.
Ante esto, todos tenemos una gran responsabilidad, partiendo por inculcar desde temprana edad valores como la ética, honestidad y responsabilidad y no subestimar el poder del ejemplo, por lo que el rol de los líderes, tanto en el sector público como en el privado, es vital. Estos deben ser referentes de una conducta ética e íntegra, estableciendo un estándar de comportamiento para los demás.
Debemos reconocer que hechos como estos siempre van a existir y que es fundamental hacer todo lo posible por evitar que la confianza siga erosionándose. Para lograrlo, es importante cuidar nuestras instituciones desde adentro, asegurando la idoneidad de los trabajadores y evitando el amiguismo, e implementando mecanismos de check and balance, rendición de cuentas, canales de denuncia y la constante supervisión del ecosistema institucional.
Asimismo, es esencial que exista castigo social para los corruptos, porque de lo contrario solo se alimenta la sensación de impunidad, donde se relativiza la gravedad del delito dependiendo de quien lo haya cometido.
Todos tenemos un rol que desempeñar y es importante ejercerlo con responsabilidad.
Construir una sociedad justa y equitativa dependerá de la voluntad colectiva por elevar los estándares y de medirnos con la misma vara con la que medimos a los demás, porque tan reprochable como vender licencias médicas falsas es comprarlas. Recordemos que robar dinero no es la única forma de ser corrupto.
La leyenda del anillo de Giges nos recuerda que nuestros valores no están verdaderamente a prueba en lo que hacemos cuando somos observados, sino en cómo nos comportamos cuando creemos que somos invisibles. Por eso, la tarea es más desafiante aún, sabiendo que las oportunidades de ser invisibles abundan.
No dejemos que la debilidad de unos pocos empañe la integridad y el esfuerzo de la mayoría, y trabajemos juntos para construir una sociedad donde la ética sea la norma que guíe nuestras acciones, tanto en la luz como en la sombra.