En Chile los requisitos para postularse como alcalde son mínimos: basta saber leer y escribir, tener enseñanza media cumplida y no ser adicto a sustancias o drogas sicotrópicas. Para ser concejal ni siquiera se pide enseñanza media.

En pleno proceso de primarias presidenciales en Estados Unidos, hace unos días los votantes de New Hampshire y New England recibieron una llamada en la que una voz muy similar a la del presidente Joe Biden –que postula a la reelección– calificaba al proceso electoral en curso como una “farsa”, llamándolos a no votar en este y esperar hasta las elecciones presidenciales de noviembre, para no favorecer a su contendor, Donald Trump.

Por supuesto, no se trataba de Biden, sino de una voz casi idéntica generada con inteligencia artificial (IA). Probablemente nunca sabremos cuántas personas habrán creído que era él y obedecieron el llamado, pero un estudio realizado en 2023 por el Laboratorio de Toma de Decisiones Sociales de la Universidad de Cambridge constató la alta vulnerabilidad de los estadounidenses a las noticias falsas creadas por la IA: casi la mitad de las personas a las que se les expuso a titulares sobre teorías conspirativas inventados por el predecesor del ChatGPT, GPT-2, creyeron que se trataba de informaciones reales.

La desinformación ha sido desde un inicio una de las principales preocupaciones asociadas al desarrollo de la IA, un tema que fue ampliamente abordado en la última reunión del Foro Económico Mundial celebrado en Davos. Un estudio de la misma organización califica a esta como la principal amenaza global en el corto plazo y el segundo mayor riesgo que enfrentará la humanidad en la siguiente década.

La información manipulada o derechamente falsa con fines electorales, que desde hace años es parte del paisaje habitual en las redes sociales, debe ser tomada en serio por las enormes posibilidades que abre la IA para su amplificación, en un año en el que nada menos que 70 países –en los que vive casi la mitad de la población mundial– realizarán elecciones presidenciales, parlamentarias o municipales.

Chile es uno de ellos. En octubre, más de 15 millones de chilenos concurrirán a las urnas por quinto año consecutivo, esta vez para elegir sus alcaldes y concejales. El eslabón político que mayor interés genera en los votantes, porque es el que incide más directamente en su cotidianeidad: les resuelve (o debiese hacerlo) aspectos como la seguridad, retiro de basura, aseo y ornato de su vecindario, y atiende necesidades en aspectos como salud, educación, deporte, urbanización, asistencia social y capacitación, entre otras.

El problema es que también ha sido caldo de cultivo para numerosos hechos de corrupción en los últimos años que han contribuido a la crisis de confianza que vivimos. Baste decir que actualmente el Consejo de Defensa del Estado (CDE) ha presentado querellas por irregularidades en el 40% de los 345 municipios que hay en Chile.

Si meses atrás fueron Santiago, Las Condes, Recoleta o Vitacura, hoy los focos y las luces están puestos sobre la exalcaldesa de Maipú, Cathy Barriga, formalizada por diversas irregularidades que provocaron un déficit de $31 mil millones en las arcas municipales. Si se tratara de una carrera, la también exfigura televisiva rompió todas las marcas: se le imputa haber superado en 28 veces el monto que defraudó Raúl Torrealba en Vitacura, 20 veces el del alcalde de Algarrobo y 914 veces el de la exalcaldesa de Antofagasta Karen Rojo. La Fiscalía lo calificó como el fraude más cuantioso en la historia municipal del país.

De cara a un nuevo proceso electoral, las irregularidades que rodearon su gestión dan cuenta de la importancia que tiene la selección de quienes ocuparán cargos con acceso a dineros públicos, así como de los controles que deben resguardar el buen uso de estos. Porque en Maipú las fallas estuvieron en toda la línea: desde la responsabilidad del partido que la nominó a la inexistencia de contrapesos internos –partiendo por el Concejo Municipal– para frenar sus caprichos, excentricidades y el despilfarro de miles de millones de pesos.

La imagen naif y hasta infantil que Cathy Barriga mostraba en público, seduciendo a los electores con regalos, bailes y performances que rendían culto a su persona, contrastaba con las prácticas abusivas y la guerra sucia que amparaba al interior del municipio.

Una política del “todo vale” donde –según lo expuesto en las audiencias de formalización– la desinformación habría jugado precisamente un rol central como forma de neutralizar a sus adversarios. Las instrucciones de su jefa de comunicaciones a funcionarios municipales para crear cuentas falsas en redes sociales con el fin de denostar e injuriar a sus opositores, evidencia hasta qué punto las fake news y la manipulación de datos eran una herramienta válida dentro de su estrategia política, algo que la investigación deberá comprobar.

¿Cuántos casos más como ese veremos replicados en la próxima campaña municipal?

OpenAI, la empresa creadora de ChatGPT, anunció hace unos días que está diseñando políticas de seguridad para evitar un mal uso de su tecnología en la maratón electoral mundial de este año. Es un primer paso para cuidar la democracia, que debiese ser imitado no solo por otras compañías de inteligencia artificial generativa, sino también por las propias redes sociales, utilizadas por políticos de todos los signos y banderas para propagar falsedades y desinformar a través de ejércitos de bots y cuentas falsas.

Otro paso importante sería cambiar el paradigma de la selección de quienes aspiran a representarnos. En Chile los requisitos para postularse como alcalde son mínimos: basta saber leer y escribir, tener enseñanza media cumplida y no ser adicto a sustancias o drogas sicotrópicas. Para ser concejal ni siquiera se pide enseñanza media.

Por lo mismo, las colectividades políticas debiesen preocuparse de la idoneidad de sus postulantes y prepararlos para la responsabilidad que aspiran asumir, en lugar de dejarse llevar solo por el caudal de votos que puedan ofrecer o su capacidad de seducir a los electores, regalándoles baratijas y haciendo performances en redes sociales.

También tienen una gran responsabilidad en el diseño y ejecución de sus campañas, considerando que la IA democratizó la capacidad de desinformar y manipular a los electores. Si antes se requerían muchas horas-hombre y gran cantidad de trolls humanos, la tecnología lo hizo posible en cosa de minutos y a un menor costo, una tentación irresistible para candidatos a los que solo les importará conquistar la cima a cualquier precio, aunque implique destruir a sus rivales bajo cerros de mentiras.

Cuando en octubre los partidos llamen a los chilenos a confiar en que sus postulantes son los más capacitados para atender sus necesidades y mejorar su calidad de vida, será el momento de analizar las distintas opciones con un pensamiento crítico antes de votar por uno u otro. También es necesario recordar que los liderazgos mesiánicos y la popularidad de masas no garantizan una buena gestión. La evidencia que lo demuestra se ha ido acumulando en tribunales en los últimos años tanto como los cientos de peluches, corpóreos y collares que quedaron apilados en una bodega municipal de Maipú.

Por: Susana Sierra

Fuente: El Mostrador

Producido por Webit Studios