En mi última columna escribí sobre la declaración del Business Roundtable, en la cual este grupo de ejecutivos de las principales compañías estadounidenses expresaba que las empresas debían preocuparse por sus empleados, sus clientes, sus proveedores, la comunidad y además de maximizar el valor para sus accionistas. Lo que sostuve en esa oportunidad, es que esta es la única forma de ser sostenibles en el largo plazo.
Esta declaración hoy, y después de que fuimos testigos del estallido social que partió por el alza en los pasajes del Metro, tiene aún más sentido para las empresas y estoy más convencida de la gran responsabilidad que tenemos en el futuro que se está construyendo. Es por este motivo que, desde el sector privado debemos hacer todo lo posible para cumplir con los puntos expuestos.
Las imágenes duelen, principalmente porque muchos pensábamos que este tipo de manifestaciones no pasarían nunca en Chile, ya que las instituciones, si bien debilitadas, funcionaban en cierta medida. Pero lo que más duele es ver la rabia de la gente, rabia contra el sistema, contra las instituciones y contra las empresas, en gran parte alimentada por los de casos de corrupción y colusión, que han salido a la luz pública en los últimos años.
La sociedad en su conjunto, y con eso incluyo a las empresas, pide a gritos un cambio en la forma de actuar, en donde hay que dejar de lado los intereses particulares en la búsqueda del bien común. Quién iba a pensar que este movimiento empezaría manifestándose contra una de las empresas con mayor reputación del país, el Metro de Santiago, reconocido como uno de los medios de transporte más moderno de Latinoamérica, una empresa transversal, que trasladaba todos los días a miles de chilenos a sus casas, pero nada de eso importó cuando sus mismos usuarios consideraron que el alza era injusta y nuevamente se sentían abusados por el sistema.
Pongo esto como ejemplo porque creo que las empresas, hoy más que nunca, tienen un deber con sus stakeholders. Lo que ocurrió el viernes 18 de octubre en el país, es consecuencia de la desconfianza generalizada que existe y bastó una pequeña chispa, 30 pesos, para que esa rabia acumulada saliera a las calles.
Lo que estamos viviendo estos días, demuestra que ya no queda margen, la sociedad no aguantaría otro escándalo más y si no somos capaces de subirnos a este carro, vamos a terminar con el fin de la propiedad privada.
En estos momentos todo debemos poner de nuestra parte para volver a pararnos y en el sector privado tenemos que dejar de darnos palmaditas en la espalda, cerrándonos en el mismo círculo pensando que todo está bien o que como “todos lo hacen” no hay problema. Cada empresa debe hacer un profundo autoanálisis, de cómo efectivamente está contribuyendo a un Chile mejor, pensando no sólo en la última línea del estado de resultados, sino cómo se llega a ella.
Por Susana Sierra
Fuente: Revista Capital